lunes, 22 de marzo de 2010

Acoso Moral psicólogos Tudela



La víctima como objeto

La víctima es víctima porque ha sido designada por la persona con problemas de personalidad. Se convierte en un chivo expiatorio responsable de todos los males. En adelante, será el blanco de la violencia y su agresor evitará, de este modo, sentirse deprimido o culpable.

La víctima, en tanto que víctima, es inocente del crimen por el que va ha pagar. Sin embargo, resulta sospechosa incluso para los testigos de la agresión. Todo ocurre como si la víctima no pudiera ser inocente. La gente se imagina que la víctima consiente tácitamente o que es cómplice, consciente o no, de la agresión que recibe.

Por inocentes, se ven obligadas a pasar por débiles. Con frecuencia, oímos decir que si una persona se ha convertido en víctima, es porque su debilidad o sus carencias ya la predisponían a ello. Por el contrario, hemos visto que las víctimas se eligen por algo que tienen de más, por algo de lo que el agresor quiere apropiarse.


¿POR QUÉ UNA VÍCTIMA ES ELEGIDA?

Porque estaba ahí y porque, de un modo u otro, se ha vuelto molesta. En cuanto se sustrae a su dominio o no tiene nada que ofrecer, se convierte en un objeto de odio.

Al no ser más que un objeto, importa poco quién sea ella. Sin embargo, el agresor evita a las personas que pueden ponerlo en peligro. Así evita cuidadosamente enfrentarse con otras personas con problemas similares a los suyos, o con paranoicos, pues son demasiado cercanos. Todas las personas presentamos puntos débiles que, para el perverso, pueden llegar a convertirse en puntos de enganche. Demuestran tener una gran intuición para detectar esos puntos débiles en los que el otro pueda sentir dolor o en lo que puede herir.

La violencia de estas personas obliga a la víctima a afrontar sus traumas olvidados de la infancia. Los agresores buscan en el otro ese germen de autodestrucción, y luego les basta con activarlo mediante una comunicación desestabilizadora. La víctima está paralizada, se está intentando su asesinato psíquico, la negociación es imposible todo es impuesto, de repente se encuentra engullida por una relación destructora y sin medios para poder escaparse. “Oscila entre, por un lado, el deseo de independencia, de autodominio y de responsabilidad, y, por otro, el deseo infantil de volver a un estado de dependencia y de irresponsabilidad y, por lo tanto, de inocencia”. El error esencial de la víctima estriba en no ser desconfiada, en no considerar los mensajes violentos no verbales.

La diferencia entre las víctimas de los perversos y los individuos masoquistas es que las primeras, cuando, tras un inmenso esfuerzo, consiguen separarse de sus verdugos, sienten una enorme liberación. Y se sienten aliviadas por que el sufrimiento no les interesa.
Si se han dejado capturar en el juego perverso- a veces durante un largo período-, es que están vivas y coleando, y, por tanto, dispuestas a dar la vida, inclusive si deben afrontar la tarea imposible de entregar su vida a un perverso: “Conmigo cambiará”.
Este dinamismo viene acompañado de una cierta fragilidad. Al emprender la labor imposible de resucitar a los muertos, las víctimas manifiestan una cierta incertidumbre al respecto de sus propias fuerzas. Son fuertes y dotadas, pero deben demostrarse a sí mismas que lo son. Las dudas que tienen acerca de sus propias capacidades son las que las hacen vulnerables. No renuncian porque son incapaces de imaginar que no hay nada que hacer y que es inútil esperar algún cambio. Por lo demás, si abandonaran a su compañero, se sentirían culpables.

Sus escrúpulos , la víctima ideal es una persona que tiene tendencia a culpabilizarse, son personas que se sacrifican por los demás y que aceptan con dificultades que los demás las ayuden, su deseo de hacer bien las cosas las conduce a asumir un volumen de trabajo superior a la media, se ganan el amor del otro siendo generosas y poniéndose a su disposición, soportan mal los malentendidos, e intentan subsanarlos, son igualmente vulnerables a las críticas y a los juicios ajenos, aunque no tengan fundamento, esto les lleva a justificarse permanentemente.
Este funcionamiento totalizador es idéntico en el agresor y en el agredido. En ambos casos, existe una exacerbación de las funciones críticas, hacia el exterior en el caso de los agresores, y hacia sí mismas en el caso de los agredidos.

También es fácil encontrar en ellas un sentimiento de inferioridad subyacente que, por lo general, consiguen compensar.

Su vitalidad. Las víctimas son envidiadas por sus agresores porque enseñan demasiadas cosas. Son incapaces de no evocar el placer que sienten cuando poseen tal o cual cosa. Son incapaces de no hacer pública su felicidad. Por lo tanto ,la potencial vital de las víctimas es lo que las transforma en presa. Ellas necesitan dar y los perversos tomar. No se puede imaginar un encuentro más ideal...

Su transparencia Las víctimas parecen ingenuas y crédulas. Como no se pueden imaginar que el otro es básicamente destructor, intentan encontrar explicaciones lógicas y procuran deshacer los entuertos: “ Si le explico comprenderá y se excusará por su comportamiento”. Al que no es perverso le resulta imposible imaginar de entrada tanta manipulación y tanta malevolencia. Intentan ser transparentes y justificarse. Cuando una persona transparente se abre a alguien desconfiado, es probable que el desconfiado tome el poder. Todas las llaves que las víctimas ofrecen de este modo a sus agresores no hacen más que aumentar el desprecio de estos últimos. Frente al ataque perverso, las víctimas se muestran primero comprensivas; intentan adaptarse. Comprenden o perdonan porque aman o admiran; “Si él es así, es porque se siente desgraciado. Yo lo tranquilizaré..” mediante un sentimiento similar al de la protección maternal...
Las víctimas comprenden, pero, al mismo tiempo, “ven”. Poseen una gran lucidez que les permite nombrar la fragilidad y las debilidades de su agresor. Cuando las víctimas empiezan a nombrar lo que han comprendido, se vuelven peligrosas. Hay que usar el terror para hacerlas callar..
Fuente. "El acoso moral en la vida cotidiana" - Marie Francis Hirigoyen